Friday, October 2, 2009

"El Cautivo" por Jorge Luis Borges

En castellano:

En Junín o en Tapalquén refieren la historia.  Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios.  Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podia ser su hijo.  Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo.  El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa.  Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron.  Miró la puerta, como sin entenderla.  De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina.  Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, caundo chico.  Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podia vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto.  Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vertigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.

 

In English:

The story is told out in one of the old frontier towns – either Junin or Tapalquen.  A boy was missing after an Indian raid; it was aid that the marauders had carried him away.  The boy’s parents searched for him without any luck; years later, a soldier just back from Indian territory told them about a blue-eyed savage who may have been their son.  At long last they traced him (the circumstances of the search have not come down to us and I dare not invent what I don’t know) and they thought they recognized him.  The man, marked by the wilderness and by primitive life, no longer understood the words of the language he spoke in childhood, but he let himself be led, uncurious and willing, to his old house.  There he stopped – maybe because the others stopped.  He stared at the door as though not understanding what it was.  All of a sudden, ducking his head, he let out a cry, cut through the entranceway and the two long patios on the run, and burst into the kitchen.  Without a second’s pause, he buried his arm in the sootblackend oven chimney and drew out the small  knife with the horn handle that he had hidden as a boy.  His eyes lit up with joy and his parents wept because they had found their lost child. 

Maybe other memories followed upon this one, but the Indian could not live indoors and one day he left to go back to his open spaces.  I would like to know what he felt in that first bewildering moment in which past and present merged; I would like to know whether in that dizzying instant the lost son was born again and died, or whether he managed to recognize, as a child or a dog might, his people and his home.  

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